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Esperando a MARIANA           Carlos Campos Colegial

Necesitaba tiempo para procesar lo ocurrido y recuperarse emocionalmente antes de retomar sus expresiones más íntimas de afecto.

La primera entrada en su lista fue algo tan simple como significativo: la duración de las llamadas. Mariana nunca había pasado más de cinco minutos al teléfono. Ahora, podía hablar con Alberto durante más de una hora, sin darse cuenta del paso del tiempo. "Lo más curioso," admitió entre risas, "es que ahora me cuesta horrores terminar nuestras conversaciones."

Así, aquella noche que pudo haber quedado marcada por la vergüenza y la confusión, se transformó en un paso más hacia el fortalecimiento de su conexión. Alberto, con su ternura y palabras acertadas, logró que Mariana comprendiera que la vida siempre puede sorprendernos, y que lo importante no es el cuándo ni el cómo, sino estar dispuesto a abrazar cada experiencia con amor y gratitud.

Ya más tranquila, Mariana se retiró a descansar. Sin embargo, antes de quedarse dormida, repasó una y otra vez la experiencia de la tarde, mezclándola con los ecos de la extensa y reconfortante charla telefónica que acababa de tener con Alberto. A pesar de la confusión inicial, sentía que aquel momento había fortalecido aún más el vínculo que los unía.

Los días siguientes estuvieron marcados por una cierta distancia entre ambos. Sus interacciones se limitaron a pequeños saludos y el cruce de frases breves, pero cargadas de ese profundo sentimiento que les consumía desde dentro. La razón de esta pausa fue la salud de Julio, quien sufrió un quebranto significativo que exigió la constante atención de Mariana. Incluso surgió la posibilidad de trasladarlo a la capital para recibir un tratamiento más especializado, lo que absorbió gran parte de su tiempo y pensamientos.

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A pesar de ello, el amor que sentía por Alberto permanecía intacto, creciendo con cada instante de separación. Según le confió a un pariente suyo, Alberto le había revelado con total sinceridad que jamás en su vida se había sentido tan amado como ahora, gracias a Mariana.

Es importante señalar que, para ambos, Julio era considerado más un pariente que un compañero sentimental. Mariana había asumido el compromiso de cuidarlo y protegerlo hasta el final, un acto de empatía y deber que nada tenía que ver con el amor romántico. Al reflexionar sobre su vida, Mariana llegó a la conclusión de que nunca había amado a Julio. Su vínculo con él era una mezcla de lealtad y responsabilidad, pero nada más. En contraste, el sentimiento hacia Alberto había nacido desde el primer momento en que lo vio y, desde entonces, crecía exponencialmente.

Ambos reconocían la intensidad de lo que estaban viviendo, aunque ignoraban hacia dónde los llevaría este camino. En sus momentos de reflexión conjunta, siempre llegaban al mismo punto: el futuro era incierto, pero estaba en manos del creador. Confiaban plenamente en que sería su voluntad la que determinaría el destino de esta historia que, para ambos, representaba el amor más auténtico que habían conocido.

Alberto visitaba con cierta frecuencia la casa de Julio y Mariana, a menudo por invitación de Julio, quien había desarrollado un aprecio sincero por él. Era común que, al pasar días sin noticias de Alberto, Julio le preguntará a Mariana:

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—¿Qué habrá sido de don Alberto? Hace días que no lo veo.

Mariana, ocultando su verdadera emoción, respondía con naturalidad:
—Es verdad, hace rato que no sé de él. Muchas veces lo veía en la iglesia, pero últimamente no.

Julio, entonces, sugería:
—Cuando lo veas, dile que venga. Lo invitamos a tomar un tinto y charlamos un buen rato.

Durante estas visitas, de manera discreta y casi imperceptible para Julio, la lista de "cosas nuevas" en la vida de Mariana seguía creciendo. Una tarde, mientras conversaban en la sala, Mariana mencionó que su máquina de coser presentaba una vibración inusual y le preguntó a Alberto si podría ajustarla. Alberto, dispuesto como siempre a ayudar, aceptó y se dirigió al lugar donde estaba la máquina tras despedirse momentáneamente de Julio.

Mientras avanzaban por el corredor hacia la habitación donde se encontraba la máquina, Mariana, sin previo aviso, empujó a Alberto hacia el interior de una de las habitaciones que se alineaban en el pasillo. La sorpresa dejó a Alberto sin opciones. Instintivamente, la tomó en sus brazos, llevándola hacia la cama que lucía impecablemente tendida.

El impulso de la pasión les hizo olvidar cualquier inhibición. Alberto, con movimientos delicados pero seguros, comenzó a despojar parcialmente a Mariana de los leggins que llevaba. Ella quedó recostada de espaldas sobre la cama, con las piernas colgando: una totalmente desnuda y la otra parcialmente cubierta por la prenda. El panty, un cachetero negro, contrastaba intensamente con la blancura de su piel, acentuando la delicadeza del momento que compartían.

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Alberto se arrodilló frente a Mariana, tomando su pierna desnuda con delicadeza desde el talón. Fue ascendiendo lentamente, acariciando su piel mientras escuchaba los ahogados quejidos de placer que escapaban de su garganta. En un momento de ternura, se inclinó hacia ella, conectándola con un beso suave y susurrándole al oído cuánto la amaba. Al mismo tiempo, le pidió que le avisara cuando sintiera que estaba a punto de experimentar aquella explosión de sensaciones que los unía en un nivel tan profundo, para así evitar mojarle la ropa.

Mariana, en un gesto de complicidad, accedió. Y, tal como había anticipado Alberto, justo antes de alcanzar el clímax, le dio la señal. Alberto se retiró lo suficiente para evitar ser alcanzado por aquel torrente de líquido transparente que él denominaba, con devoción, "fluidos celestiales". Más tarde, cuando relataba estas escenas a mi pariente y coautor de este relato, Alberto confesaba que estos momentos eran únicos en su vida, algo que valoraba profundamente.

Cuando cesaron los espasmos que acompañaban a ese instante de intensísima excitación, Alberto la ayudó a recomponerse, colocándole con cuidado su ropa interior y demás prendas. Antes de levantarla de la cama, la colmó de besos y le agradeció por permitirle ser parte, una vez más, de algo tan especial y único.

Recuperados y con una discreción absoluta, ambos continuaron hacia la máquina de coser. Guardaron total recato, conscientes de que las ventanas que daban hacia las casas vecinas estaban abiertas. Al llegar al lugar, se aseguraron de actuar con naturalidad. Luego, se reunieron nuevamente con Julio, quien hojeaba el periódico del día en la sala.

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—¿Cómo les fue con el asunto de la máquina? —preguntó Julio, sin levantar la vista.

Alberto respondió con rapidez y serenidad:
—Ya identifiqué el problema, pero necesito una herramienta y unos tornillos. Llevé una muestra y, muy seguramente, los conseguiré. Mañana mismo vendré a dejar la máquina en perfecto estado.

Con estas palabras, Alberto dejó el lugar, llevando consigo no solo la promesa de regresar, sino también el recuerdo de un momento que quedaría grabado para siempre en sus memorias compartidas.

Se despidieron, no sin antes Julio y Mariana expresar sus agradecimientos por la visita y por el diagnóstico, así como el pronto arreglo de aquella necesaria máquina en la que Mariana confeccionaba su ropa y la de su hermana. Cuando Alberto salió de allí, notó que, a pesar de haberse alejado lo suficiente en el momento de la eyaculación de Mariana, estaba salpicado en la bota del pantalón, y sobre sus zapatos, muy bien lustrados, reposaban algunas gotas de aquella transparente y único fluido. Se detuvo y pasó levemente su zapato por el anverso del pantalón, quedando nuevamente lustroso aquel calzado.

Mientras lo acompañaba hasta el portón de la vivienda, en el corredor, Mariana detuvo a Alberto y le estampó un gran beso. Sin embargo, el beso fue interrumpido abruptamente por el sonido del timbre en la puerta. Mariana abrió y encontró a su sobrina, quien la saludó efusivamente junto con Alberto. Él se despidió de ambas con un sutil apretón de manos, pero no sin antes disfrutar aquella mirada que tenía tatuada en lo más profundo de su ser, como un recordatorio perpetuo del vínculo que compartían.

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Al día siguiente, Alberto se presentó muy temprano directamente en la casa con el objetivo de reparar el mueble de la máquina. Con suerte, encontró a Julio aún durmiendo y a Mariana en pijama. Al verlo, Mariana corrió de inmediato a su habitación y se cambió, colocándose el mismo atuendo que había llevado aquella inolvidable tarde en la bodega del negocio. Antes de que Alberto asegurara una pequeña tabla del mueble con un par de tornillos que había traído, se repitió entre ellos una escena única e intensa.

Sobre una vieja cobija que Mariana usaba para planchar, la extendieron en el piso y dieron rienda suelta a lo que sería su primera sesión de sexo tántrico. Este tipo de práctica se convirtió en una constante en sus encuentros, siempre que la ocasión lo permitía o lo ameritaba. Para Mariana, al principio desconocedora de estas técnicas, fue un proceso de aprendizaje que, poco a poco, la llevó a disfrutarlas plenamente, hasta llegar a desearlas con ansias. Las sesiones la transportaban al éxtasis, haciéndola experimentar múltiples orgasmos y sentir una felicidad inigualable. Sin embargo, cada vez que Alberto se despedía, aquella mujer dichosa también se sentía presa de la culpa, consciente de que estaba traicionando el sagrado vínculo del matrimonio.

Alberto, en sus conversaciones con Mariana, buscaba constantemente hacerla reflexionar sobre la importancia de desaprender para poder aprender y asimilar nuevos conceptos que le permitieran disfrutar más plenamente de cada momento de la vida. Él sostenía que nada en nuestro entorno ocurre al azar, sino que todo sucede por la voluntad de Dios y bajo su infinita misericordia. En su afán por liberar a Mariana de sus culpas, Alberto intentó convencerla de que  el castigo divino, así como el infierno, el purgatorio y el limbo, eran ideas carentes de fundamento real.

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De hecho, mencionó el significativo mensaje del Papa Juan Pablo II durante el Jubileo del año 2000, en el que el Pontífice pidió perdón a la feligresía y aclaró que dichos lugares no existían ni en el ámbito físico ni en el espiritual. Según Alberto, esas nociones eran sitios que residían únicamente en la mente de cada individuo. Sin embargo, Mariana nunca logró despojarse de esas creencias profundamente arraigadas, lo que mantenía vivo en ella un conflicto interno entre el placer que experimentaba y la moralidad que había heredado.

De todas maneras, el amor de Alberto por Mariana tenía connotaciones sobrenaturales, y estaba dispuesto a llegar al final, costara lo que costara. Y así fue.

Aquella noche, el tema de conversación en la llamada nocturna con Alberto fue precisamente aquel encuentro con su sobrina en la entrada de su casa. La sobrina, atando cabos, le comentó a manera de broma: "Ahora entiendo por qué ese cambio en tu comportamiento. Lo habíamos sospechado, pero nos parecía tan imposible… ahora me queda claro". Ante la expresión de sorpresa y vergüenza de Mariana, la joven aseguró que estaban muy de acuerdo con ello, ya que habían notado un cambio positivo en su semblante. También mencionó que no la veían feliz en su matrimonio con Julio y que, además, Alberto les había caído muy bien desde un principio, ganándose cierto aprecio en el pueblo.

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La sobrina le aseguró que aquel secreto quedaría bien guardado entre ella, su hermana y su mamá. También le pidió que le comunicara a Alberto que podía estar tranquilo incluso si alguna de ellas estuviera presente durante un encuentro, ya que estaban dispuestas a ayudar en lo que necesitaran. Fue así que, en los días siguientes, Mariana viajó muy temprano a la capital para reclamar los medicamentos para Julio y para ella.

Stella le comentó a Alberto sobre el viaje de Mariana, y él, de inmediato, decidió programar su propio viaje en la siguiente buseta. Estaba seguro de que Mariana aceptaría pasar parte del día con él, después de cumplir con la búsqueda de medicamentos, en un hotel que ya tenía visto en el centro de la capital. Afortunadamente, no se precipitó en reservar el lugar, lo que resultó ser una decisión acertada. Cuando finalmente se encontraron con Mariana, supuestamente de manera casual, él le insinuó sutilmente su intención. Sin embargo, la respuesta de Mariana fue un rotundo "no".

Mariana presentó razones muy válidas para no aceptar la propuesta, ni siquiera para considerarla. "Usted puede asegurarse de que no haya nadie conocido cuando entre al hotel, pero a la salida, ¿se imagina que nos encontremos con alguien del pueblo? En otras condiciones, cuando estemos formalmente juntos, le aceptaría eso y mucho más, pero por ahora no debemos abusar. Bastante estamos arriesgando con desplazarnos juntos por las calles de esta ciudad," le dijo con firmeza. No había terminado de expresar su opinión cuando, de repente, un hombre se acercó a ellos y saludó muy efusivamente a Mariana. Resultó ser un compadre de los muchos que tenía en la población, quien, aunque había trasladado a su familia a la capital hace varios años, seguía recordándola con afecto.

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Cuando aquel paisano se despidió, Mariana miró a Alberto y le dijo: "¿Se imagina que este mismo hombre nos vea saliendo de un hotel? ¿Cómo podría justificar una situación así?" Alberto no tuvo más remedio que admitir la razón en sus palabras.

Tras ese inesperado encuentro, almorzaron juntos en un restaurante cercano. Después de guardar las compras en el último almacén que visitaron, decidieron salir a pasear por la ciudad. Durante el recorrido, Alberto le ofreció hacerle un obsequio por su próximo cumpleaños, una propuesta que Mariana aceptó con una sonrisa discreta, lo que suavizó la tensión del encuentro previo y les permitió disfrutar del resto del día con mayor tranquilidad.

Mariana, Julio y Alberto cumplían años en el mismo mes, con tan solo siete días de diferencia entre ellos: septiembre 14, 7 y 21 respectivamente. Curiosamente, exactamente diez años los separaban en edad: 80, 90 y 70 años. Cuando Alberto le preguntó a Mariana qué deseaba como regalo de cumpleaños, ella no dudó en pedir un bolso negro. De inmediato procedieron a buscarlo. Después de mucho escoger, finalmente lo adquirieron. Como muestra de agradecimiento, Mariana, guardando el mayor recato, le estampó un beso en la boca. Este gesto sorprendió a Alberto y agregó un ítem más a la lista de "primeras veces" que compartían, una lista que creía crecería de formas insospechadas. "Y lo que falta", le recordaba siempre Alberto a Mariana cuando ella se sorprendía al repasar aquella singular enumeración.

Tomaron un taxi que los llevó a la terminal de transportes, desde donde abordarían la buseta de regreso a aquella pintoresca, cálida y hermosa población de la frontera.

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Alberto, sin ser originario de ese lugar, había aprendido a quererlo hasta el punto de considerarse un coterráneo más. Desde que conoció a Mariana, decidió que allí terminaría sus días, junto al amor de su vida, como solía llamarla cariñosamente. Y estaba seguro de que así sería.

Durante el viaje de regreso, tomados muy discretamente de la mano, Mariana le confesó a Alberto que, de lejos, esa había sido la mejor tarde que había pasado en la capital desde que tenía uso de razón. Mientras hablaba, apretó suavemente su mano, y varias lágrimas brotaron de sus profundos y penetrantes ojos negros, adornando un momento lleno de emoción y sinceridad.

Estaba realmente conmovida hasta las lágrimas, una situación totalmente inusual en ella. Este emotivo momento mereció un ítem más en la lista de primeras veces. Cabe destacar que cada vez que Alberto percibía que estaban viviendo algo singular, le preguntaba a Mariana si debía incluirlo en la lista. Por otro lado, a menudo era ella quien solicitaba que se registrara el momento, incluso en situaciones que Alberto no consideraría dignas de mención. Por ejemplo, en una ocasión, Alberto apareció en la bodega haciéndose pasar por un cliente más. Con gran seriedad, comenzó a indagar sobre los precios de los principales granos por bultos, preguntando también por los descuentos y las cantidades necesarias para aplicarlos. Terminó diciendo que regresaría pronto. Otros clientes presentes empezaron a especular sobre la posible apertura de una nueva tienda en el municipio y discutieron en qué barrio podría estar ubicada.

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